Recientemente el físico, investigador y divulgador Antonio Turiel ha publicado «El futuro de Europa (2024)». Después de sus dos obras anteriores, «Petrocalipsis (2020)» y «Sin Energía (2022)», en este libro insiste en sus argumentaciones sobre el agotamiento de los recursos energéticos de carácter fósil, la inconsistencia, inviabilidad y falta de realismo de las estrategias de transición energética planteadas en Europa y en España para paliar dicho agotamiento, diseñadas sin poner en cuestión el sistema económico global, los niveles de consumo de materiales y energía actuales, ni el dogma del crecimiento. Insiste en la necesidad de impulsar un cambio más profundo y estructural, que pasa por plantear estrategias planificadas y ordenadas de decrecimiento, que permitan, con un consumo menor de materiales y energía, hacer frente a las necesidades básicas de la humanidad en un marco de mayor equilibrio con lo que la biosfera nos puede proporcionar.
El libro se centra en Europa, un continente envejecido, con una industria en retroceso frente al auge de otros países (China particularmente), incuidos los sectores vinculados a las energías renovables eólica y fotovoltaica, con escasez de recursos energéticos y de muchos de los materiales necesarios para la transición energética tal y como está planteada. Habla de la falacia y la imposibilidad de la descarbonización y electrificación absolultas, de las limitaciones del uso de biomasa y la previsible burbuja económica que se puede generar alrededor de los biocombustibles, destaca la inexitencia de una estrategia adecuada para hacer frente a la caída de la disponibilidad del diesel, esencial en el transporte, en la minería, en la agricultura, etc.
Y plantea ideas sobre la necesidad de reindustrializar Europa en base a un modelo económico claramente distinto, dejando atrás el dogma del crecimiento a ultranza, impulsando una regulación mayor de sectores estratégicos desde lo público, empleando tecnologías apropiadas, reduciendo inevitablemente la escala de producción, impulsando las operaciones de reutilización y reciclaje. Dedica varios capítulos al transporte de mercancías y movilidad de personas, señalando que están abocados a verse reducidos notablemente, tanto en frecuencia como en distancia. Sobre todo el transporte aéreo y también por carretera (pone en tela de juicio la posibilidad de la generalización del uso particular de los vehículos eléctricos), en favor del ferrocarril, del transporte fluvial (no en toda Europa, difícilmente en España, Italia o Grecia), del cabotaje costero y del transporte marítimo (a menor escala que el actual, con el retorno progresivo de las velas y del viento como agente impulsor). También dedica un capítulo a la necesidad de desarrollar una electrónica sostenible, señalando que la miniaturización incesante de los chips tiene sus límites en los costes energéticos que implica, en la imposibilidad de reciclado de materiales que provoca, incluso en las imposiciones de la física cuántica; y que la fabricacion de chips, siendo imprescindible, deberá orientarse a permitir garantizar los sitemas de funcionamiento críticos en esta sociendad nuestra tan compleja y frágil al mismo tiempo. Chips de mayor tamaño, con menor capacidad de proceso, pero más robustos, viables y sostenibles.
El capítulo 16 está dedicado a la «La desindustrialización del sector primario». Aunque el autor reconoce que la materia se aleja de su ámbito de conocimiento, en este breve capítulo desgrana algunas ideas interesantes sobre lo que puede ser el futuro del sector primario en Europa. Turiel comienza diciendo algo muy evidente pero a veces poco resaltado y es el hecho de que nuestro modelo de agricultura y ganadería industriales requieren un consumo de energía (fósil) muy elevado, concretado en los fertilizantes (los extraídos en explotaciones mineras de fosfatos y potasas; los derivados amónicos producidos a partir del gas natural) y en las grandes cantidades de diesel empleadas por la maquinaria agrícola. Todo esto se describió más detalladamente en una entrada anterior dedicada a un libro de Vaclav Smil.
Inciso: en relación a los fertilizantes, en el capítulo 2 – La crisis ambiental, Turiel señala cómo el uso masivo de fertilizantes nitrogenados y de fosfatos en la agricultura industrial ha modificado de forma muy sustancial los flujos biogeoquímicos correspondientes al ciclo del nitrógeno y al ciclo del fósforo. Estos flujos biogeoquímicos constituyen uno de los 9 indicadores ambientales empleados para definir los límites planetarios. Señala que 6 de los indicadores estarían ya sobrepasados.
Turiel aboga por un sector primario en el que se apueste por una agricultura regenerativa y resiliente, que reduzca drásticamente el uso de fertilizantes y fitosanitarios. Señala que se deberá tender a cultivar lo verdaderamente importante, que no todos los cultivos serán igualmente viables, que habrá que ir abandonando aquellos que sean «de nicho, de lujo o de poco valor añadido». También opina que se deberán producir y consumir menos poductos de origen animal, garantizando siempre el bienestar de los animales. En este tema no entra en profundidad, pero piensa que deberá tenderse a reducir la escala de la producción agroganadera, haciéndola virar hacia explotaciones pequeñas y medianas, medioambientalmente más optimizadas, con menor impacto. También apuesta porque se fomente la alimentación de temporada y de proximidad, de tal forma que se consuma de una forma más equilibrada con las posibilidades de producción dentro de unos canales de distribución más cortos (y, por lo tanto, con menos pérdidas y desperdicio, aunque no los nombra de forma explícita).
Un aspecto relevante en el capítulo es el dedicado a analizar las posibilidades de mantener el nivel actual de mecanización de la agricultura europea, que es un elemento determinante en la productividad agrícola. Señala como poco probable que se pueda lograr con éxito su electrificación, ya sea con baterías, ya sea a través de conexión directa mediante cable a la red eléctrica. En el primer caso porque las baterías requeridas serían muy grandes y pesadas; en el segundo porque no se podría extender la red de forma tan masiva; y en ambos casos porque implicaría un consumo de materiales imposible. Indica que a medio plazo habría que apostar por la sustución del diesel por biocombustibles. Pero que el alcance de su uso nunca podría sostener la cantidad y tamaño de la maquinaria empleada actualmente.
En parte derivado de lo anterior, Turiel señala que la población trabajadora en el sector primario, que de media en Europa supone el 3,6 % de la población activa, tendrá que aumentar sustancialmente, hasta el punto de afirmar que el proceso de urbanización al que hemos asistido en las últimas décadas se detendrá e, incluso, se revertirá, al menos en las grandes ciudades. Opina que este proceso será fuente de dificultades, conflictos y desafíos, pero también de oportunidades.

En la parte final del capítulo afirma que para que el sistema alimentario europeo sea sostenible medioambiental, social y económicamente, debe articularse a través de unas reglas de mercado que no provoquen la actual dependencia de Europa con respecto a insumos provenientes de zonas lejanas así como de los mercados globales donde unos pocos agentes fijan el precio y colocan los productos. Señala que el modelo actual no se va a poder sostener en un mundo de descenso energético y material, que habrá que modificar las citadas reglas para reducir el tamaño de los circuitos de distribución, acortar las cadenas, favorecer la venta directa y de proximidad, y asegurar un pago suficiente y justo a los productores.
En este sentido, afirma con rotundidad que el tiempo de la producción de alimentos a bajo precio se acaba. Que lo lógico es que el precio de los alimentos se eleve. Que esto es bueno en el sentido de que podría volver a dignificar el trabajo en el sector primario lo que a su vez podría favorecer esa transición necesaria hacia un modelo más sostenible. Pero que evidentemente esto tendrá consecuencias importantes en las posibilidades de consumo de las familias. Tendremos que gastar más en comer y menos en otras cosas. La renta disponible para productos distintos de la alimentación disminuirá, y por lo tanto la demanda de dichos productos también lo hará, redundando en el hecho de que la producción industrial en su conjunto esté destinada a un descenso. En definitiva que deberiamos ir hacia un mundo menos complejo, más sencillo, menos consumista, más centrado en satisfacer las necesidades reales de las personas, un mundo en el que la producción se equilibre mejor con las posibilidades reales del entorno en el que vivimos.














