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«El viaje de la basura» en El País

Hace unas semana apareció publicado en El País un artículo titulado «El viaje de la basura: de los municipios que aún no tienen ni contenedor de orgánico a los campeones del reciclaje«, firmado por Clemente Álvarez.

Es un reportaje que ilustra bien la situación de la gestión de los residuos municipales en España, que está lejos de ser ideal con respecto lo marcado en la legislación europea, y que es muy diversa sin comparamos comunicades autónomas y municipios. De esta cuestión ya se trató en una entrada anterior, en mayo de 2021, elaborada también tras la publicación de un reportaje en el mismo periodico («El viaje no tan circular de los residuos domésticos en España»). La situación ha mejorado un poco desde entonces pero todavía queda mucho camino por recorrer.

El objetivo marcado en la UE para el presente año 2025 era que al menos el 55 % de los residuos municipales se sometieran a reutilización y reciclado. Pues bien en este momento a nivel estatal nos situamos en el 44 %, si incluimos en este porcentaje el residuo orgánico que se recupera en las plantas de tratamiento de residuos a partir de la basura mezclada. Si excluimos esa parte (que es lo que habrá que hacer a partir de 2027, de acuerdo a lo establecido en el artículo 4 de la Decisión de Ejecución (UE) 2019/1004 de la Comisión Europea), la cifra se reduce al 26 %, los materiales recogidos de forma separada que son sometidos a operaciones de reutilización y reciclado. Es decir, en rigor, estamos por debajo de la mitad del objetivo establecido para 2025.

La baja tasa de reciclado hace que más de la mitad de los residuos municipales en España se sometan a eliminación, siendo los vertederos el destino mayoritario (46 %). Este porcentaje ronda el doble que la media europea, y hace que el objetivo marcado desde europa para 2035, consistente en no depositar en vertedero más del 10 % de los residuos municipales, parezca francamente dificil de alcanzar.

Esta situación ya la puso en envidencia la Comisión Europea en 2023, en un Informe de alerta temprana al que se hace referencia en el artículo. En dicho informe se señala que las principales deficiencias y retos a afrontar en la gestión de residuos municipales en España tienen que ver con:

En el reportaje de El País se señala que la situación no es igual en todas partes, que hay regiones y municipios donde se hacen mejor las cosas y otras en las que la situación aún es peor.

Por Comunidades Autónomas, Navarra, Cataluña y País Vasco se situarían a la cabeza en tasa de reciclado, dado que más del 40 % de los residuos municiales (procedentes de separación) se reciclan, muy por encima del 26 % promedio. Por el contrario, diez CC.AA. se situan claramente por debajo de dicha media, destacando Ceuta, Melilla, Castilla-La Mancha y Andalucía con valores de entre el 10 y el 15 %.

Si sumamos la fracción orgánica reciclada a partir de basura mezclada, en plantas de tratamiento mecánico-biológico, algunas regiones mejoran mucho sus números, como La Rioja (69 %), la Comunidad Valenciana (60 %), Extremadura (57 %), también Cataluña (62 %). No obstante, hay que indicar otra vez que esta fracción no se podrá incluir en la contabilización a partir de 2027.

Exceso de vertido. La fracción eliminada en vertedero en algunas regiones es extremadamente elevada como es el caso de Ceuta (87 %), Asturias (75 %), Murcia (70 %), Canarias (67 %). En muchas otras ronda el 60 % (Castilla-La Mancha, Andalucía, Castilla y León, Aragón, Canarias, Comunidad de Madrid). Extremadura y Navarra se sitúan sobre la media estatal (44-46 %).

Incineración. Donde menos vertido existe es en Cataluña, y en aquellas regiones donde la incineración es importante como medio de eliminación de residuos. Por término medio solo el 10 % de los residuos municipales se incineran, una proporción menor que la media europea, que ronda el 26 %, y mucho menor que la de un buen número de países del centro y norte de Europa. En España, la incineración de residuos municipales únicamente se aplica en siete CC.AA, siendo significativa en cinco de ellas. Es el caso del País Vasco, también de Cantabria y Galicia, pero sobre todo de Melilla y Baleares, donde prácticamente no se deposita nada en vertedero y la incineración es el método de tratamiento de residuos predominante.

La gestión de los residuos municipales depende de las administraciones locales. El artículo señala que existe «un abismo» entre municipios en los que ni siquiera se han implantado sistemas de recogida separada de biorresiudos (aspecto este obligatorio desde el 30 de junio de 2022 para poblaciones de más de 5.000 habitantes, y desde el 31 de diciembre de 2023 para el resto, según la ley 07/2022 de residuos y suelos contaminados), y capitales como Barcelona o Pamplona, donde se han implantado contenedores inteligentes que se abren con tarjeta, y municipios más pequeños como Zaldibia (Guipuzcoa) o Argentona (Barcelona), que han puesto en marcha sistemas que incentivan la separación y la prevención vinculando la cuantía de las tasas de basuras a la generación (quién menos tira, menos paga).

FeedBackUE y lo que no se mide como Food Waste en la UE

En la entrada anterior haciamos referencia a un artículo publicado por Enraiza Derechos titulado «El baile de cifras del desperdicio alimentario«. En este artículo se hace referencia a su vez a una publicación realizada en 2023 por la organización FeedBackEU, titulada «NO TIME TO WASTE – Why the EU needs to adopt ambitious legally binding food waste reduction targets».

En su informe enfatizan la necesidad de que la UE sea más ambiciosa en sus políticas y objetivos de reducción de los residuos alimentarios. En esta entrada nos queremos centrar en la parte del informe en la que aportan un diagnóstico bastante interesante de los datos existentes en la UE. Analizan datos de toda la cadena alimentaria a partir de diferentes fuentes ya citadas previamente en este blog:

– Para el sector primario emplean los datos del informe de pédidas de WWF-UK (2021).

– Para el sector de procesamiento emplean los datos recogidos en el diagnósitico de residuos realizado en el proyecto europeo FUSIONS (2016).

– Para los segmentos de distribución, servicios de comida y hogares emplean los datos del primer informe de la UNEP (2021) sobre el índice de desperdicio de alimentos.

El resultado se resume en estas dos figuras:

Nos parece que tiene interés porque concluyen que, a su juicio, en las estimaciones actuales de la UE no se contabilizan cantidades muy importantes de productos alimentarios. Se refieren fundamentalmente a productos agrarios que produce el sector primario que no quedan recogidos en las estadísticas de la UE porque quedan fuera de la definición de alimento (las plantas antes de la cosecha) y por lo tanto también de la definición de residuo alimentario. Vendrían a ser las «pérdidas de alimentos», para las cuales no hay todavía una definición en la UE, y que sí se han definido en España en el proyecto de ley estatal de prevención de las pérdidas y el despercicio alimentario.

En las figuras se observa que la parte que sí entraría a formar parte de la definición de residuo alimentario de la UE sumaría un total de 77 millones de toneladas, de las cuales un 42 % (32,5 millones) se generarían en los hogares. Al incorporar la parte «no medida», los productos agrarios que quedan en las explotaciones, que por ello no se pueden considerar alimentos, quedando a su vez fuera de la contabilización de residuo alimentario; nada menos que 80 millones de t, la cifra total se duplica, alcanzando un valor enorme de 153 millones de toneladas. Estas «pérdidas de alimentos» representarían nada menos que el 53 % del total, de tal forma que la aportación de lo generado en los hogares seguiría siendo muy significativa, pero se reduciría a un 21 %.

Los autores enfatizan que al mismo tiempo que se produce esta pérdida y desperdicio de alimentos, en 2021 la UE importó cerca de 138 millones de t de productos agrícolas, por un valor de 150.000 millones de euros, y al mismo tiempo que 33 millones de europeos no pueden permitirse una comida digna cada dos días.

En definitiva, más allá de la fiabilidad de las cifras, lo que pone de relieve otra vez este informe es que hay una parte de la producción agrícola «perdida o desperdiciada», a la que se atiende poco, ya sea por desinterés, ya sea de forma deliberada, bien porque no se quiere poner de relieve para la opinión pública, bien porque es un problema al que es muy difícil hincarle el diente, dado que probablemente tiene su raíz en aspectos estructurales del modelo de producción y comercialización de alimentos, y en general del sistema económico en el que dicho modelo está inserto.

Para más información sobre esta problemática se puede acudir a otras entradas previas del blog como:

Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos en el mundo (UNEP, 2024)

En 2021 publicamos una entrada acerca del primer informe de la UNEP sobre el Índice del Desperdicio de Alimentos (Food Waste Index), que en 2019 se estableció en Naciones Unidas, junto al Índice de Pérdidas de Alimentos (Food Loss Index), como las principales referencias a utilizar en el seguimiento del grado de cumplimiento de la meta 12.3 de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ver también entrada previa).

En esta entrada resumimos los nuevos datos disponibles en último informe publicado en marzo de este año (Food Waste Index Report 2024). Los resultados van en la línea del informe anteriormente citado, y parecen estar reforzados al proceder una fuente de datos más amplia.

En términos globales el desperdicio de alimentos a nivel mundial ascendería a 1052 millones de toneladas de alimentos, un 13 % superior a la cifra del informe de 2021 (931 millones de t). Esto supondría cerca de la quinta parte (19 %) de los alimentos disponibles para los consumidores, al que habría que añadir el 13 % de los alimentos que se pierden en las etapas previas de la cadena (producción primaria, manufactura y distribución mayorista), valor procedente de los datos proporcionados por la FAO sobre el Índice de Pérdidas de Alimentos (ver entrada previa).

Como se puede ver en la figura siguiente, la distribución del desperdicio entre los tres sectores de la cadena alimentaria que se contemplan en este índice queda prácticamente igual que en el informe anterior: el desperdicio en los hogares supondría el 60 %, seguido del producido en los servicios de comida (restauración, colectividades, hostelería, etc.) con un 28 %. El sector de la distribución y venta minoristas representaría el 12 % restante.

El informe emplea información de 288 fuentes de datos procedentes de 102 países. El segmento más estudiado es claramente el de los hogares con 194 fuentes de datos de 93 países (en el informe de 2021 fueron 52 países). Esto parece reforzar la idea ya muy consolidada de que los hogares son con diferencia el ámbito en el que el desperdicio es más importante.

También parece consolidarse la idea de que no hay relación entre el nivel de ingresos de los países y el nivel de desperdicio en los hogares, algo que ya se señalaba en el informe anterior y que venía a romper la idea previa de que en los hogares de países de bajos ingresos el desperdicio al final de la cadena era mucho más reducido que en los países ricos. En la figura siguiente, elaborada a partir de datos que aparecen en el documento anexo al informe, se puede comprobar esto:

Se afirma que hay indicios de una cierta relación entre el desperdicio per capita en los hogares y la temperatura media de los países. Parece observarse un mayor desperdicio en los países más cálidos. Se indica que puede deberse a múltiples factores, como por ejemplo al hecho de que en las regiones más cálidas se suele dar un mayor consumo de alimentos frescos con una gran fracción no comestibles, y a la falta de una cadena de frío adecuada. A mi juicio esta relación no está del todo demostrada, y el propio informe indica que debe tomarse con mucha cautela. Entre otras razones porque, aunque se ha mejorado en la cantidad de información disponible, solo algunas regiones del mundo parecen aportar datos con cierta fiabilidad (Australia, Estados Unidos, Japón, Reino Unido y la UE; Canadá y Arabia Saudí en hogares).

Se incluye la UE como región con datos fiables, y es cierto que se han hecho muchos esfuerzos, pero ya hemos indicado en alguna entrada anterior que queda mucho trabajo por hacer para unificar los métodos de medición en los estados miembros y contar con datos verdaderamente comparables entre unos y otros. En la siguiente figura se presentan los promedios de desperdicio en varios países europeos aportados en el informe de la UNEP. Emplean para ello datos procedentes de Eurostat y de otras fuentes. Se comprueba que hay importantes diferencias de unos países a otros y que no parece observarse ningún tipo de tendencia derivada, por ejemplo, de la situación geográfica o nivel de ingresos.

Conviene explicar que el dato de España (61 kg) viene a ser el doble al dato aportado por Eurostat (30 kg). Como se indicaba en una entrada anterior, la cifra española recogida por Eurostat procede del panel de Cuantificación del Desperdicio Alimentario en los Hogares, que evalúa fundamentalmente los alimentos que se tiran sin ser utilizados (en 2020 unos 23 kg per capita) más los restos de recetas cocinadas que no se aprovechan (en 2020 unos 7 kg per capita). Por lo tanto, es presumible que queden fuera de estas cifras la mayor parte de las partes no comestibles de los alimentos (pieles, huesos, etc.) que se retiran durante su cocinado o consumo. Esta es la presunción que hace la UNEP en su informe, en el que señala que recalcula el dato de Eurostat para incorporar en su estimación las partes no comestibles.

Para terminar, en el informe se afirma, entre muchas otras cosas, que hay que mejorar mucho los datos procedentes del segmento del servicio de comidas, que es muy heterogéneo y en el que conviven organizaciones y negocios muy diversos.

También que parecen observarse disparidades entre las zonas urbanas y las rurales, en el sentido de que en éstas últimas el desperdicio sería menor, quizá porque pueda haber un mayor desvío de los restos de comida hacia la alimentación animal (ganadería y animales domésticos) y el compostaje comunitario. No obstante, también se señala que hace falta más estudios en el ámbito rural para confirmarlo.

En definitiva, en el informe parece observarse un avance relativamente importante en relación a la cantidad y, en menor medida, la calidad de los datos disponibles, pero deja claro también que hay mucho camino por recorrer.

Proyecto FOLOU y definición de pérdidas alimentarias

Las pérdidas alimentarias o de alimentos (Food Losses) en el sector primario son una evidencia de cuyo alcance se habla y se conoce poco, como se señalaba en la entrada anterior. El proyecto europeo FOLOU bajo el lema «aportando conocimiento y consenso para prevenir y reducir las pérdidas de alimentos en la etapa de producción primaria» persigue entre otras cosas establecer un marco conceptual y una metodología que permita medir, monitorear y evaluar la magnitud y el impacto de dichas pérdidas. Busca hacer aportaciones significativas que redunden en que esta problemática se vaya introduciendo en las reglamentaciones de la UE, como ha venido ocurriendo los últimos años con el desperdicio alimentario (Food Waste).

Como en todos los proyectos europeos, en FOLOU confluyen un buen número de socios, de diferente naturaleza y de varios países. Entre otros, las universidades de Bolonia y la Politécnica de Marche (Italia), de Limerick (Irlanda), de Gent (Bélgica), de Reading (UK), la ACR+ (Association of Cities and Regions for sustainable Resource management), la MIO-ECSDE (Mediterranean Information Office for Environment, Culture and Sustainable Development), la consultora francesa DILEPIX (desarrollo de soluciones de inteligencia artificial y digitalización en agricultura), etc. Cataluña tiene una representación muy importante en el proyecto, a través de la participación de la Universidad Vic-Central de Cataluña, la Agencia de Residuos, el Departamento de Acción Climática, Alimentación y Agenda Rural de la Generalitat y, con un papel destacado, la Fundación Espigoladors.

En esta entrada vamos a describir brevemente una de las primeras aportaciones del proyecto, el establecimiento de una definición o marco conceptual de pérdidas alimentarias, actividad que ha sido liderada precisamente por Espigoladors. En marzo pasado se celebró un primer seminario virtual en el que se hizo una presentación de la propuesta (Defining Food Loss in the European Union Framework – Challenges and Significance).

En la UE no existe todavía una definición de pérdidas de alimentos. La definición de la FAO no sirve, no encaja en el marco normativo europeo, puesto que buena parte de lo que la FAO considera pérdidas de alimentos, en la UE entraría dentro del concepto de Food Waste. Se hace necesario por lo tanto establecer una definición de pérdidas que tenga encaje y coherencia en el marco normativo europeo y que tenga posibilidades de ser utilizada en el futuro como referencia a la hora de implementar una metodología de medición factible y adecuada para obtener datos y estadísticas fiables. Uno de los principales objetivos del proyecto FOLOU es precisamente el desarrollo de dicha metodología, y eso requiere, evidentemente, contar antes con una definición suficientemente precisa del objeto de medición.

La propuesta de definición hecha desde FOLOU, traducida al español sería la siguiente:

En la figura siguiente, elaborada y traducida a partir de otra presentada por los autores de la propuesta, se detalla y se puede visualizar mejor el marco conceptual que hay detrás de esta definición:

Algunos aspectos fundamentales serían estos:

  • Las pérdidas alimentarias se producen en el sector primario. La definición no atañe a las etapas posteriores de la cadena de suministro, aspecto que facilita que sea compatible con la definición de la UE de food waste (residuos alimentarios). En esto, la definición se aleja mucho del marco de la FAO, lo que, en cualquier caso, era inevitable.
  • Las partes no comestibles están dentro de la definición, lo cual está en sintonía con la definición de residuos alimentarios.
  • La definición, cuando se hace referencia al momento previo a la cosecha y a la propia cosecha, habla de «plantas, animales y seres vivos«. El término «alimentos» aparece después, cuando se hace referencia a la post-cosecha. Se hace así para que sea compatible con la definición de alimentos (Food) de la UE, en la que los productos agrarios son considerados alimentos una vez cosechados y no antes (ver entrada previa donde se hablaba de esto).
  • El punto de partida por lo tanto son esas plantas, animales y seres vivos ya listos para su «cosecha» (entendida esta también como captura o sacrificio, en productos de origen animal). Las pérdidas incluyen así lo que se descarta antes y durante la cosecha, y lo que se daña durante esta última.
  • Tras la cosecha (captura, sacrificio), ya «podemos hablar» de alimentos, y tendríamos fundamentalmente cuatro «corrientes» de materiales: los alimentos que han superado la cosecha y las operaciones post-cosecha y que seguirán su camino a lo largo de la cadena alimentaria, aquellos productos que no lo hacen pero que se redirigen a alimentación animal o se emplean como subproductos, y los que no tienen esos tipos de aprovechamiento convirtiéndose bien en residuos (Food Waste), bien en pérdidas.
  • La distinción entre lo que, en post-cosecha, se debe considerar residuos alimentarios y lo que constituiría pérdidas alimentarias radica principalmente en que en el primer caso los materiales se derivan al sistema de gestión de residuos oficial para su tratamiento (compostaje, biometanización) o eliminación (vertido, incineración); mientras que en el segundo caso los materiales se gestionan in situ, en la propia explotación (quedan en en campo, se compostan o se queman sin licencia, etc.) o lugar de captura (pérdidas en el mar).

Este marco normativo parece bastante coherente con la definición de pérdidas de alimentos del proyecto de ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario (ver entrada previa), cuya tramitación parlamentaria se ha reanudado recientemente tras paralizarse el año pasado por el adelanto electoral. Dicha definición dice que las pérdidas son los «productos agrarios y alimentarios que por cualquier circunstancia quedan en la propia explotación, ya sea reincorporados al suelo o utilizados para realizar compost in situ y cuyo destino final hubiera sido la alimentación humana«. En esta definición no se incluye la palabra «alimentos». Parece por lo tanto que, con su referencia a los alimentos en post-cosecha, la propuesta de FOLOU, además de detallarla y concretarla, amplía el alcance de la definición recogida en el proyecto de ley.

En la presentación se hace una contextualización del marco normativo internacional y europeo en el que se enmarca la propuesta, y se completa la descripción del concepto propuesto detallando y haciendo alusión a diferentes aspectos críticos o «zonas grises» que se deben ir aclarando. En definitiva, la propuesta constituye una aportación muy bien trabajada y rigurosa que esperemos tenga éxito y sea tenida en cuenta en el futuro.

ECODES – Protocolo de medición del desperdicio alimentario – una gran referencia

Recientemente (noviembre de 2022) la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES), con sede en Zaragoza, en colaboración con la ONGD Enraíza Derechos (Madrid), ha publicado el informe titulado «Desperdicio alimentario y cambio climático. La importancia de medir para mejorar». Los autores son Héctor Barco, experto en medición del desperdicio alimentario, y José María Medina, responsable de gestión del conocimiento de Enraíza Derechos. El trabajo se ha desarrollado con el apoyo del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.

Es un documento más que recomendable para cualquiera que desee entender los aspectos más críticos y determinantes a tener en cuenta con vistas a obtener datos fiables y comparables sobre residuos/desperdicio alimentario bajo el marco de las directrices establecidas en los últimos tiempos en la UE. A continuación, se resume su contenido.

La necesidad de medir el desperdicio alimentario

En su primer apartado, el más breve, se habla de la implicación de los sistemas alimentarios y del desperdicio alimentario en el cambio climático. El segundo capítulo enfatiza con claridad lo importante que es lograr medir con la adecuada fiabilidad el desperdicio alimentario. Describe que dicha medición es necesaria (a) para obtener un diagnóstico o línea base inicial a partir de la cual poder evaluar la evolución del problema; y (b) para provocar un efecto de prevención, al medir se toma conciencia y se puede actuar en consecuencia.

En este segundo capítulo también se hacen precisiones interesantes sobre el cómputo de los impactos ambientales asociados al desperdicio, y sobre lo importante que es acompañar las mediciones cuantitativas de otras de carácter cualitativo orientadas a comprender las causas del desperdicio, entre otras razones, porque a menudo quién genera el desperdicio lo hace como resultado de la acción o responsabilidad de agentes situados en un lugar de la cadena alimentaria distinto al lugar donde se originó dicho desperdicio.

El capítulo tercero es el más extenso. En él se desarrolla una propuesta de protocolo de medición en la que se discuten los tres aspectos más importantes a considerar: ¿Qué medir? ¿Dónde medir? ¿Cómo medir?

¿Qué medir?

Los autores hacen una descripción y comparación muy precisa y acertada de los principales marcos conceptuales existentes en relación a la definición de desperdicio alimentario, sobre los cuales se ha hablado extensamente en este blog.

Por un lado los conceptos e índices de pérdidas y de desperdicio de alimentos vinculados a la FAO y Naciones Unidas (ver entrada previa). Por otro el marco normativo establecido en la UE a través de la Directiva 2018/851 (ver entrada previa) y la Decisión Delegada 2019/1597 (ver entrada previa).

También describe el concepto de desperdicio alimentario desarrollado a nivel estatal con el proyecto de ley de Prevención de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos (ver entrada previa), que parece en parte inspirarse en la pionera ley catalana (Ley 3/2020, de 11 de marzo, de prevención de las pérdidas y el despilfarro alimentarios); y que también aparece recogido en las estrategias en la materia desarrolladas en otras regiones, como es el caso de la Agenda para reducir el Desperdicio Alimentario en Navarra 2022-2027 (ver entrada previa).

En el documento también se hacen consideraciones detalladas sobre la cuestión de las inclusión o no en la definición de desperdicio de tanto las partes comestibles como las no comestibles, y sobre los materiales alimentarios que no adquieren la consideración de residuos, por tratarse de subproductos o de materiales que se derivan a alimentación animal. Buena parte de estas consideraciones provienen de los diagnósticos sobre desperdicio alimentario en la cadena alimentaria realizados en Euskadi (ver entrada previa) y en la Comunidad Valenciana (Plan BON PROFIT).

El marco conceptual propuesto por los autores parte de la premisa de que debe insertarse en las directrices y objetivos planteados desde la UE en materia de residuos alimentarios.

En la figura anterior sintetizamos los aspectos fundamentales de este marco conceptual. El mismo contempla que:

La definición de “alimento” sea la que viene determinada en la Decisión Delegada.

El concepto de “desperdicio alimentario” sea sinónimo de “residuo alimentario”.

Se evite la separación entre “pérdidas” y “desperdicio” como hace, por ejemplo, la FAO. El desperdicio abarca toda la cadena alimentaria (entendida esta como la vinculada exclusivamente a la producción de alimentos con destino humano).

En consonancia con la definición de alimento, dicha cadena agroalimentaria se inicia una vez que los productos son cosechados, excluyendo por lo tanto las fases anteriores (lo que queda en el campo).

Se deben considerar tanto partes comestibles como no comestibles, insistiendo en la idea de que desperdicio es sinónimo de residuo alimentario, en contraposición al proyecto de ley de prevención de pérdidas y desperdicio que explicita que el desperdicio es un subconjunto de los residuos, su parte comestible.

Se deben excluir del concepto los flujos que tengan un aprovechamiento relevante, especialmente mediante el uso como subproductos o mediante su redirección a alimentación animal. La propuesta señala que la monitorización de estos últimos sea opcional, en consonancia con las recomendaciones de la Decisión Delegada.

¿Dónde medir?

El informe propugna seguir las recomendaciones de la Decisión Delegada de utilizar la
Clasificación Nacional de Actividades Económicas (códigos CNAE) para identificar los sectores y entidades a considerar en la cuantificación del desperdicio alimentario.

Además, en el documento se va más allá que en la Decisión Delegada, en el sentido de tratar de concretar con mayor especificidad qué sectores son esos. Los autores, para aumentar dicha especificidad proponen emplear los códigos CNAE que identifican las clases (4 dígitos) en vez de quedarse únicamente en las divisiones (2 dígitos), como hace la División Delegada, porque entienden que al hacerlo de esta última forma se corre el riesgo de incluir en la cuantificación actividades que nada tienen que ver con la producción y consumo de alimentos.

Por ejemplo, en la División 10 – Industria de la alimentación, casi todas las clases serían susceptibles de ser analizadas, salvo muy probablemente las que tienen que ver con la fabricación de productos para la alimentación de animales de granja (1091) y de compañía (1092), puesto que dichos productos no van dirigidos al consumo humano.

Más sentido tiene aún emplear la codificación a nivel de las clases en otros ámbitos en los que dentro de una misma categoría de División hay un buen número de actividades económicas alejadas de la alimentación humana. Es el caso de los ámbitos de la distribución y del consumo fuera del hogar. En este último, la Decisión Delegada no especifica siquiera las divisiones a incluir. Los autores hacen un propuesta en este sentido.

Este apartado del «donde medir» es uno de los más interesantes y útiles del informe, porque ilustra muy bien lo importante que es identificar con precisión qué sectores son objeto de estudio para que puedan establecerse comparaciones oportunas en el tiempo y entre territorios. En gran parte se nutre también del trabajo realizado en los últimos años en Euskadi y en la Comunidad Valenciana, que están siendo pioneras a la hora de enfrentarse a la labor encomendada desde Europa de medir el desperdicio (o residuos alimentarios) en la cadena alimentaria.

¿Cómo medir?

Este apartado del informe está dedicado a la metodología de medición. Comienza haciendo referencia a un articulo muy interesante firmado por Xue et al. en 2017, en el que se hacía una revisión crítica muy exhaustiva de los datos disponibles sobre pérdidas y desperdicio. En una entrada previa se resume dicho artículo y en varias aparece referenciado. En él entre otras cosas se hacía una descripción y valoración de los métodos empleados para obtener los datos, dividiéndolos entre los directos (pesaje, análisis de composición de residuos, encuestas, diarios, etc.) y los indirectos (modelización, balances de materia, uso de datos indirectos).

Una buena parte de dichos métodos son los recogidos en la Decisión Delegada. Los autores describen cada uno de ellos de una forma bastante detallada, indicando en algunos de ellos ejemplos de aplicación, y valorándolos atendiendo a criterios tales como fiabilidad, precisión, coste en tiempo y recursos, etc.

En base a su análisis, en su propuesta recomiendan aplicar los métodos de la Decisión Delegada, con algunas matizaciones en las que jerarquizan los métodos en función de su fiabilidad y hacen referencia a su uso combinado con cuestionarios y entrevistas para la obtención de información de carácter cualitativo que permita identificar las causas subyacentes a los datos cuantitativos. Su propuesta es la ya recogida previamente en plan Bon Profit de la Comunidad Valenciana.

Se resume en la siguiente tabla, que se ha extraído directamente de este magnífico informe de ECODES, que con seguridad va a convertirse en una referencia muy destacada en la muy necesaria tarea de aunar criterios entre diferentes territorios para la medición del desperdicio alimentario a lo largo de la cadena alimentaria.

Nuevas estimaciones (Eurostat) sobre residuos/desperdicio alimentario en la UE

La Decisión Delegada 2019/1597 (ver entrada previa) establecía una metodología común y los requisitos mínimos de calidad para la medición uniforme de los residuos alimentarios en la UE, e instaba a todos los Estados miembros presentar datos del desperdicio alimentario a lo largo de la cadena agroalimentaria para este año 2022. Recientemente Eurostat ha publicado un informe que resume los datos recibidos desde los diferentes Estados. Las cifras se refieren al año 2020.

En la figura siguiente se presentan las estimaciones totales y por etapas de la cadena alimentaria en el conjunto de la UE, comparando los datos de EUROSTAT con la anterior referencia empleada en Europa, las estimaciones del proyecto FUSIONS de 2016 (ver entrada previa).

La cantidad total de residuos/desperdicio alimentario estimada es de 57 millones de t (127 kg por habitante y año), sensiblemente menor a la registrada en el anterior estudios (88 millones de t y 173 kg per capita). Salvo en el segmento de la distribución y venta se observan importantes descensos en las cantidades estimadas en todos las etapas de la cadena alimentaria.

Por término medio, en la UE la mayor parte del desperdicio se concentra en los hogares (55 %), seguido del segmento de transformación (18 %). Sin embargo, en España la cosa cambia, con una contribución de los hogares mucho menor (34 %), y mayor por parte de los sectores secundario (33 %) y primario (20 %).

Como se ve en la siguiente figura, el reparto de los residuos alimentarios entre etapas de la cadena alimentaria es muy dispar de unos países a otros. En Italia y Portugal predomina de una forma muy extrema el sector de los hogares, con porcentajes superiores o cercanos al 70 %. En España y Dinamarca la contribución de los hogares es mucho menor, y en ambos países, sobre todo en Dinamarca la etapa del procesado cobra gran importancia. El sector primario prácticamente no se aprecia en Alemania y Austria, países con un perfil muy similar, mientras que en España, Polonia y Grecia contribuye con valores superiores al 15 %. Llama la atención que en Italia y España, donde el sector de la restauración es tan importante, el mismo contribuye mucho menos porcentualmente que en otros como Alemania o Austria.

Con 4,3 millones de t España aparece como el cuarto estado miembro más generador de residuos/desperdicio después de Alemania (10,9), Francia (9,0) e Italia (8,7). No obstante, atendiendo a la generación per capita se sitúa nada menos que en el puesto 18, con un valor de 90 kg por persona y año, 37 kg menos que la media en la UE.

Si atendemos solo al sector de los hogares, España se sitúa aún más lejos, en penúltimo lugar en desperdicio por capita, con 30 kg por persona y año, frente a los 70 kg de media en la UE o los más de 120 kg de nuestros vecinos portugueses. Esta cuestión merece una pequeña explicación.

La cifra española procede del panel de Cuantificación del Desperdicio Alimentario en los Hogares, que evalúa fundamentalmente los alimentos que se tiran sin ser utilizados (en 2020 unos 23 kg per capita) más los restos de recetas cocinadas que no se aprovechan (en 2020 unos 7 kg per capita). Por lo tanto es presumible que queden fuera de estas cifras la mayor parte de las partes no comestibles de los alimentos (pieles, huesos, etc.) que se retiran durante su cocinado o consumo. Estas partes no comestibles forman parte del concepto de «food waste» de la UE, y posiblemente en muchos de los otros estados miembros sí se tengan en consideración.

Los datos del reciente diagnóstico sobre el desperdicio de alimentos en la cadena agroalimentaria de Euskadi (ver entrada previa) parecen corroborar lo anterior. En este estudio se aportó una cifra de residuos/desperdicio alimentario en los hogares de 63,5 kg por persona y año, más cercana a la media europea aportada por Eurostat que la cifra española. En el estudio vasco se evaluó tanto la parte no comestible (45 kg) como la comestible (18,5 kg) de los materiales alimentarios desechados.

A la vista de estos resultados es evidente que las estimaciones de Eurostat tienen un amplio margen de mejora. Las grandes diferencias encontradas entre los estados miembros obedecen a que todavía estamos lejos de que se emplee un marco conceptual común de lo qué es «food waste» y de que se apliquen de una forma generalizada y sistemática los métodos de medida propuestos en la Decisión Delegada 2019/1597 (ver entrada previa).