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Comemos combustibles fósiles, según Vaclav Smil

Vaclav Smil (1943) es un profesor emérito de la Universidad de Manitoba, miembro de la Royal Society y de la Orden de Canadá. Realiza investigaciones interdisciplinarias en los campos de la energía, el cambio ambiental y poblacional, la producción de alimentos, la historia de la innovación técnica, la evaluación de riesgos y las políticas públicas. Es un científico muy reconocido y un autor prolífico que hasta la fecha a publicado 47 libros y más de 500 artículos sobre estos temas.

En español hay editados varios libros suyos como «Alimentar al mundo. Un reto del siglo XXI», «¿Deberíamos comer carne?», «Energía y civilización. Una historia». Son libros profundos, rigurosos en sus datos, referencias y análisis. En esta entrada se resume parte de los contenidos de un libro reciente titulado «Cómo funciona el mundo», publicado en inglés en 2022, y en español en 2023.

A lo largo de siete capítulos cuyos títulos comienzan siempre por Comprender…, el autor describe en apenas 270 páginas los aspectos más importantes que a su juicio configuran el funcionamiento de nuestro mundo globalizado, y que condicionan las posibilidades de hacer frente a las crisis climática, energética, alimentaria y de materias primas derivadas de dicha forma de funcionamiento. Aquí resumimos principalmente los contenidos del capítulo 2, que tiene un título muy ilustrativo: Comprender la producción de alimentos. Comer combustibles fósiles.

El autor comienza explicando cómo el desarrollo de la agricultura permitió sostener densidades de población entre 100 y 1000 veces más altas que la actividad recolectora-cazadora previa a la revolución neolítica. Explica cómo en todos los siglos preindustriales dichas densidades de población aumentaron muy lentamente y no superaron el valor de 2,5-3 personas por hectárea, incluso en Europa fueron menores a 2 personas hasta el siglo XVIII. Hasta ese momento, la producción de alimentos dependía exclusivamente de la energía solar y del trabajo humano y animal, lo que limitaba en gran medida los rendimientos productivos de los cultivos.

La revolución industrial provocó un aumento muy considerable de la demanda alimentaria de la población urbana, lo que obligó a un incremento de la producción de comida, asociado en el siglo XIX en gran medida al aumento de la superficie de cultivo (en América principalmente). Es en el siglo XX, particularmente tras la segunda guerra mundial, donde la transformación de la agricultura se acelera. El autor señala literalmente que «ninguna transformación reciente ha sido tan fundamental para la existencia como nuestra capacidad de producir, año tras año, un exceso de comida«. Y lo ilustra a través de los datos que aparecen en la figura siguiente, donde se puede apreciar que en el plazo de setenta años la población mundial se ha triplicado mientras que la proporción de población desnutrida ha pasado del 65 % (2 de cada 3 personas) a menos del 9 % (1 de cada 11 personas).

Elaborado a partir de Smil, 2023 y otras fuentes

La causa de este éxito extraordinario es el gran incremento del rendimiento de las cosechas, derivado del efecto combinado de:

  • Mejores variedades
  • Mecanización agrícola
  • Fertilización
  • Irrigación
  • Protección de las cosechas

El autor enfatiza que «se sigue pasando por alto la explicación fundamental» que está detrás de estos elementos de cambio: la indispensable contribución a los mismos de la energía aportada a través de la electricidad y el uso de combustibles fósiles. Dice literalmente que:

Vaclav Smil, 2023

El uso directo de los combustibles fósiles se concreta en: propulsar maquinaria, bombas de irrigación, transporte de alimentos, transformación y conservación de alimentos, etc.

El uso indirecto es más amplio y cuantitativamente más importante: producción de fertilizantes (sin duda el consumo de energía indirecto más importante de la agricultura) y agroquímicos (herbicidas, insecticidas, fungicidas), producción de maquinaria agrícola, producción de vidrio y plásticos de invernaderos, etc.

Esta transformación de la producción agrícola y su dependencia actual de los combustibles fósiles los ilustra describiendo las principales características de la producción de trigo en Estados Unidos en 1801, 1901 y en la actualidad. En la figura siguiente se esquematiza esto:

Elaborado a partir del texto de Smil (2023) y otras fuentes

Seguimos comiendo, evidentemente, productos de la fotosíntesis (directamente al comer plantas, e indirectamente al comer animales), que es la conversión de energía más importante de la biosfera. Pero a la energía solar se ha unido una aportación muy grande de las fuentes de energía fósil, no renovable. La intensidad de la producción agrícola actual no podría tener lugar sin las contribuciones de los combustibles fósiles y la electricidad. Sin ellas, según el autor afirma que “no habríamos podido proporcionar al 90 % de la humanidad una nutrición adecuada ni reducir de manera simultánea y continua la cantidad de tiempo y la superficie de terreno necesarios para alimentar una persona”.

Para hacer más gráfica dicha contribución y comparar las necesidades energéticas de productos de diferente naturaleza el autor cuantifica y expresa dichas necesidades en en forma de ml de diesel por kg de producto (aunque en la práctica no todas las aportaciones energéticas se concreten en forma de dicho combustible, evidentemente). Esto se resume en el cuadro siguiente:

Elaborado a partir de Smil (2023)

A continuación, el apartado «¿Podemos volver atrás?«, el autor reflexiona y opina acerca de las limitaciones existentes para transitar hacia una descarbonización de la agricultura. Dice que reducir los servicios actuales proporcionados por los combustibles fósiles (sobre todo la mecanización agrícola y la producción de agroquímicos sintéticos) requeriría aumentar la fuerza laboral humana (retorno al campo desde las ciudades) y animal y las aportaciones de materia orgánica reciclable hasta cuotas impensables hoy día, para acercarse a los niveles de fertilización y los rendimientos productivos actuales.

Señala que más de la mitad del nitrógeno reactivo que reciben los suelos cultivados en el mundo procede de los fertilizantes sintéticos (ver figura siguiente) y que las posibilidades de aumentar la aportación actual del resto de fuentes son limitadas por distintos motivos.

Vaclav Smil otorga una importancia tremenda a los fertilizantes sintéticos. En el capítulo 3 – Comprender el mundo material. Los cuatro pilares de la civilización moderna, identifica cuatro materiales como los más imprescindibles para sostener el funcionamiento actual del mundo: el cemento, el acero, los plásticos y el amoniaco. Y sostiene que éste último, al ser la materia prima indispensable para producir los fertilizantes nitrogenados, merece la primera posición como el más importante para la humanidad. Describe los orígenes a finales del siglo XIX y la evolución del proceso de fijación de nitrógeno atmosférico a través del proceso Haber-Bosh, quizá «el avance técnico más trascendental de la historia«, para el que se hace necesario el empleo de gas natural.

Señala que si bien es importante incrementar las aportaciones actuales de los estiércoles fermentados dado que mejoran la composición del suelo, aumentan su contenido orgánico y facilitan el desarrollo de una mayor riqueza en microorganismos e invertebrados, el aporte de nitrógeno de este material es entre 10 y 40 veces inferior al de los fertilizantes sintéticos (urea, nitrato amónico, etc.). El volumen de material orgánico que sería necesario aportar para acercarse a los niveles de fertilización de estos últimos sería de tal magnitud que resulta materialmente imposible.

Otra estrategia de fertilización que señala como muy interesante y deseable también es el aumento de las rotaciones con leguminosas y de cubiertas verdes que permiten «generar» su propio nitrógeno y fijarlo en el suelo, pero describe también las limitaciones existentes al respecto. Afirma que:

Vaclav Smil, 2023

No obstante, en la parte final del capítulo 2, en el apartado «Pasar con menos, y pasar sin nada«, aporta elementos de esperanza describiendo qué cambios se podrían operar para, que combinadamente, se reduzca nuestra dependencia de los combustibles fósiles en la producción de alimentos:

A) Desperdiciar menos comida para no tener que producir tanto, en particular en los países más ricos, en los que la oferta alimentaria (3.200-4.000 kcal por persona y día) a veces duplica las necesidades reales (2.000-2.100 kcal). El autor hacer referencia al famoso estudio de la FAO de 2011, al programa WRAP de Reino Unido, al incremento del desperdicio en China conforme ha mejorado la nutrición del país, y a la dificultad existente para reducir el desperdicio, ejemplarizada en el hecho de que en EEUU los balances alimentarios parecen indicar que la comida desperdiciada no ha variado durante las últimas cuatro décadas.

Señala que si el precio de los alimentos aumenta es previsible un menor desperdicio, pero que este mecanismo no sería recomendable en países de ingresos bajos, en los que los gastos en alimentación representan un porcentaje del gasto total familiar muy elevado.

B) Transitar hacia dietas más vegetarianas y moderadas, menos copiosas y cárnicas; de nuevo en las sociedades ricas. Aunque considera que la opción del veganismo a gran escala está condenada al fracaso, sí aboga por reducir el consumo de carne muy por debajo de lo que se ha consumido en promedio en los países prósperos en las últimos 20 años. Señala que esto empieza a ser una realidad en algunos países, como Francia, pero que, salvo en prácticamente toda África y algunas regiones de Asia (donde el consumo de carne sigue siendo mínimo), en muchas regiones en proceso de modernización (Brasil, China, Indonesia, etc.) el consumo de productos de origen animal no ha dejado de incrementarse en los últimos años.

C) Otras oportunidades de mejora, limitadas, a veces lejanas, pero que habría que abordar: aumentar la eficiencia de captación de nitrógeno por parte de las plantas; uso de maquinaria agrícola e irrigación sin combustibles fósiles; el desarrollo de cultivos de cereales u oleaginosas con la capacidad de las leguminosas.

En definitiva, en unas 40 páginas Vaclav Smil describe de forma clara y rigurosa cómo es la producción industrializada de los alimentos en el mundo, de qué modo es dependiente del uso directo e indirecto de combustibles fósiles, y como dicha dependencia hace muy difícil acometer con rapidez la anhelada aspiración de descarbonizar la agricultura y ganadería y reducir sus impactos ambientales; más aún en mundo con población creciente, y bajo las consecuencias actuales y futuras del cambio climático.

Selina Juul y la reducción del desperdicio alimentario en Dinamarca

Selina Juul es una mujer de origen ruso que tras emigrar a Dinamarca y quedar impresionada por la abundacia de la oferta de alimentos y su despilfarro, decidió tomar cartas en el asunto.

Se ha convertido en una activista antidesperdicio muy relevante. Es fundadora de la organización Stop Wasting Food.

En el siguiente video de la BBC se la señala como la principal impulsora de medidas en Dinamarca que, en 5 años, habrían logrado reducir el desperdicio de alimentos en un 25 % (ver reportaje en El País).

 

 

Desperdicio alimentario, ¿un problema sobrevalorado y mal enfocado?

En esta entrada resumimos algunas consideraciones críticas hechas por el economista alemán Ulrich Koester, en relación a cómo se ha abordado el problema de las pérdidas y desperdicio alimentario (PDA). Sus críticas tienen que ver con las definiciones existentes de PDA (la de la FAO en particular), con los métodos aplicados para su cuantificación y valoración, con las estimaciones derivadas de aplicar dichos conceptos y métodos. El autor pone en entredicho la aseveración de que la lucha contra la PDA contribuirá necesariamente a reducir los problemas de seguridad alimentaria (food security) o de sostenibilidad ambiental en el mundo. Al final de la entrada se indican algunas referencias del autor, con sus enlaces.

El autor critica la definición propuesta por el panel de expertos de alto nivel en seguridad alimentaria y nutrición (HLPE, 2014), definición alineada con la de la FAO. De acuerdo al HLPE, las PDA tienen un impacto en la seguridad alimentaria a través de  tres vías: (1) la reducción de la disponibilidad global y local de alimentos, (2) la reducción del acceso a alimentos y el aumento de su precio, y (3) la reducción de la sostenibilidad en el uso de los recursos naturales de la que depende la producción futura de alimentos. El HLPE concluye que las PDA tienen un impacto sobre el sistema alimentario en tres dimensiones: económica, social y ambiental, y enmarca el problema de las PDA en el objetivo global de lograr un sistema alimentario que brinde seguridad alimentaria mundial en un entorno económico y medioambientalmente sostenible.

El autor argumenta que los datos recogidos en base a la definición propuesta pueden no ser los datos necesarios para definir las políticas a aplicar ni para comprobar el grado de logro de los objetivos que se proponen. En línea con lo descrito en la entrada anterior, señala que esta definición conduce a una una sobrestimación de las PDA puesto que, a su juicio, incorpora alimentos que en realidad no constituyen pérdidas ni desperdicio, como por ejemplo: (1) productos agrícolas que naturalmente pierden masa durante el tiempo de almacenamiento; (2) productos agrícolas que fueron planeados para el consumo pero que se dejaron en el campo debido a los altos costos de cosecha o la falta de demanda de los consumidores, (3) productos agrícolas que fueron planeados para el consumo humano, pero que se dirigieron a alimentar animales; (4) donaciones de alimentos a bancos de alimentos y organizaciones benéficas para alimentar a los pobres.

Koester señala que la mayor parte de los estudios realizados para estimar las PDA son deficientes por diversos motivos:

  • La mayor parte se limitan a cuantificar los alimentos en unidades de masa, mientras que muy pocas hacen referencia al valor calórico de PDA, que representaría mejor el valor nutricional y el nivel de recursos perdidos en la producción de las PDA. En 1 kg de lechuga hay un valor calórico mucho menor que en 1 kg de carne, y los recursos necesarios para producir el primero son también mucho menores que los requeridos para el segundo.

Para producir la hamburguesa los recursos empleados son mucho mayores que para producir las dos manzanas

  • Es habitual que los datos de PDA sean el resultado de agregar datos individuales. El autor critica mucho que se sumen productos de diferente naturaleza (por ejemplo carne y verduras), o que se den cifras globales sin desglosar los datos con respecto a distintas categorías de productos y a los distintos eslabones de la cadena alimentaria. Señala que muchas veces las sumas que se realizan distorsionan o impiden la valoración exacta de lo que ocurre, la identificación correcta de qué forma o dónde hay que actuar para reducir las PDA, y no proporcionan información adecuada acerca de los posibles beneficios de reducir las PDA: ¿cuántas personas potencialmente se podrían beneficiar? ¿cuántos recursos se podrían ahorrar?
  • Menos estudios aún hacen referencia al valor monetario de las PDA y, cuando lo hacen, generalmente sobrestiman el valor, al no tener en cuenta de la forma adecuada el diferente valor de un mismo producto en función de la etapa de la cadena de suministro de alimentos en la que se encuentre. Dicho valor se incrementa aguas abajo de la cadena (ver entrada anterior).

  • Además, el autor señala que el valor económico de las PDA es solo una cara de la moneda. Subraya que las medidas para evitar las PDA suponen un coste, un coste muchas veces no evaluado, y que es imprescindible avanzar hacia un enfoque en el que se analicen los costos y riesgos de reducir las PDA, algo que los estudios actuales están todavía lejos de ofrecer.

Koester sostiene que las tres dimensiones en las PDA tienen impacto (económica, social y ambiental) no siempre están alineadas entre sí, a veces más bien al contrario. Puede ocurrir muy bien que una acción que reduzca determinadas PDA mejore los indicadores de alguna de las dimensiones pero no modifique o incluso empeore los de las otras.

En este sentido señala que los métodos utilizados hasta ahora aportan datos globales que pueden ser interesantes como herramienta de sensibilización y toma de conciencia, pero que son poco útiles para plantear una política racional. Opina que quizá sea conveniente establecer diferentes métodos de medida en función de los objetivos individuales que se planteen en base a las distintas dimensiones del problema.

En relación al desarrollo de políticas gubernamentales que favorezcan acciones para la reducción de las PDA, el autor señala que éstas pueden ser necesarias cuando exista una falta de incentivos (o una incompatibildad entre los incentivos privados y los intereses sociales y/o medioambientales) en los agentes encargados de acometer dichas acciones. Indica que esta sería una condición necesaria para la intervención política de los gobiernos, pero no suficiente. Señala que podría suceder que la intervención tenga efectos secundarios negativos derivados de los costes administrativos derivados de la misma y/o de costes económicos adicionales sobre los diferentes agentes a los que esta afecte.

Para Koester (2018) «un enfoque basado en recursos para la PDA es más apropiado; las políticas que se centran en la reducción del volumen total de PDA son probablemente ineficaces. Las políticas para reducir la PDA deben centrarse en áreas donde el valor de la PDA basado en recursos probablemente supere los costos y riesgos de la reducción». 

Referencias

Koester U, Loy J-P, Ren Y. (2018) Measurement and Reduction of Food Loss and Waste – Reconsidered. IAMO Policy Brief No. 34, Halle (Saale).

Koester U (2017). Food Loss and Waste as an Economic and Policy Problem. In: Schmitz, A., Kennedy, P. L., Schmitz, T. G. (eds.): World Agricultural Resources and Food Security: International Food Security, 275-288: Emerald. https://doi.org/10.1108/S1574-871520170000017018

Koester U (2015). Reduction of Food Loss and Waste: An Exaggerated Agitation. EuroChoices 14 (3): 34-38. https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/1746-692X.12095

Koester U (2014). Food Loss and Waste as an Economic and Policy Problem. Intereconomics – Review of European Economic Policy, 49 (6): 348-354. https://link.springer.com/article/10.1007/s10272-014-0518-7

Documental Just Eat It

En esta entrada hacemos referencia a un documental de hace tres años (2014) realizado en Canadá por Grant Baldwin, Jen Rustemeyer, y Melanie Wood, titulado Jus It it. A food waste story.

En la página web foodwastemovie.com aparece toda la información sobre el documental. El mismo está disponible en Filmin. En el siguiente video de youtube se puede ver un trailer.

En el documental intervienen Tristam Stuart, autor de Despilfarro. El escándalo global de la comida, Jonathan Bloom, periodista, autor de American Wasteland, y del blog Wastefood; y la científica Dana Gunders, autora del artículo Wasted: How America Is Losing Up to 40 Percent of Its Food from Farm to Fork to Landfill, publicado en 2012 por la organización Natural Resources Defense Council (NRDC).